El libro de Génesis es una maravillosa exposición de Dios.
Es el libro de teología por excelencia. Una lectura motivada por la devoción,
mostrará al Dios verdadero en todo su esplendor. No he leído otro libro que
revele al Creador como lo hace el Génesis; y en el presente capítulo, se nos
muestra otra de las cualidades de nuestro Dios, su gracia.
¿Qué es la gracia de Dios? Sin
entrar en términos técnicos y a veces sumamente complicados, diremos
sencillamente que se trata de la respuesta de Dios ante la más grande necesidad
humana. La gracia de Dios exhibe la misericordia y el amor de Dios por el
hombre. Aún cuando el hombre es culpable delante de su presencia, y aún cuando
fuese justo castigarlo, Dios primero ofrece el perdón, y proporciona el medio
para lograrlo.
En Génesis aprendemos sobre el
origen del hombre, y también sobre su caída. La caída hace referencia al
momento en que el hombre dejó de tener comunión con Dios. Es el momento en que
el hombre decide tomar su propio camino. Es el momento en que rechaza la
voluntad de Dios para seguir su propio corazón y rendirse a sus deseos. La humanidad existente hasta ese día, por
decisión propia, fue sumergida en la más densa oscuridad espiritual y mental.
El pecado entró en el corazón del hombre e hizo allí su habitación. La muerte
se hizo presente como efecto natural de tan lamentable decisión y en ese
terrible instante cuando el hombre pecó contra Dios y contra sí mismo, el
hombre murió y así quedó separado espiritualmente del Dios Todopoderoso.
A partir de la caída, el hombre
se volvió impotente y torpe. La inocencia y sabiduría con que Dios lo había
creado, fue dañada. Sus pensamientos se tornaron malvados. Su visión de la vida
se hizo gris y su experiencia se tornó sumamente amarga. Perdió su capacidad
para mantener una relación correcta con su creador. Perdió su capacidad de
vivir en armonía consigo mismo y con otros humanos, por muy cercanos a él que
fuesen.
En medio de esta desgracia, Dios
buscó al hombre perdido. Aunque intencionalmente el hombre quiso alejarse y
esconderse de Dios, aún así el dador de vida buscó establecer una relación con
él. Consideremos los hechos de Dios en medio de este asunto. Veamos como es que,
en medio de tanta sombra de muerte, una luz de vida y esperanza brilló como la
más importante y característica obra de Dios para con el hombre pecador.
LA RAZÓN DE LA CAÍDA.
La caída del hombre se produjo, por dejar de confiar en la palabra de
Dios. ¿Qué es lo que el hombre sabía con respecto al árbol de la ciencia?
¿Qué es lo que Dios le había mandado? En el versículo 3, Eva lo expresó así, “del
fruto del árbol que está en medio del huerto dijo Dios: No comeréis de él, ni
le tocaréis, para que no muráis” (Génesis 3:3). Las palabras de Dios no fueron difíciles de
entender. Fueron sencillas y claras, como quien entrega instrucciones a un
inocente niño. Eva aprendió que no debía comer de su fruto, dada la
consecuencia mortal de hacerlo. Por tanto, concluyó que no debía ¡ni
tocarlo! Cuando uno oye y cree a la
Palabra de Dios, está consciente de los límites que deben existir en nuestros
hechos y pensamientos, para no dañar nuestras vidas. De hecho, uno está seguro
cuando oye y cree la Palabra de Dios (cfr. Salmo 119:105; Proverbios 4:4, 7).
Sin embargo, Eva dejó de tener en
cuenta la Palabra de Dios y consideró los beneficios que el árbol del
conocimiento suponía: “Y vio la mujer que el árbol era bueno para
comer, y que era agradable a los ojos, y árbol codiciable para alcanzar la
sabiduría” (Génesis 3:6). Su
manera de ver el árbol ya no era conforme a la Palabra de Dios. Su visión ya no
era objetiva, sino subjetiva. Su juicio se quedó sin fundamento, en el momento
mismo que apartó de sí el conocimiento que le fue dado por Dios, para atender a
su particular, y sin sustento punto de vista. El texto dice, “vio
la mujer”. Ya no era la visión de Dios, sino la suya. Ahora la
consideración y el juicio son suyos. Por tanto, lo que leemos acerca del árbol,
ya no es la perspectiva y la información verdadera de Dios, sino de Eva.
Entonces, si el árbol es “bueno”, ¡hay que comerlo! Si es “agradable”,
entonces ¡podemos tocarlo! Y si es “para alcanzar la sabiduría”,
entonces no puede ser mortal. De hecho, la “muerte” en todo este asunto, según
la astuta serpiente, es un invento de Dios para evitar que el hombre se apropie
de todo lo que “el Dios egoísta” no quiere compartir con el hombre.
Cuando el hombre deja de escuchar
y creer en la Palabra de Dios, entonces deja de temer a la muerte. ¿Por qué tanta gente bebe licor? ¿Por qué es
parte de sus fiestas? ¿Por qué es parte de sus eventos deportivos? ¿Por qué
tanta gente fuma? ¿Por qué mandan a sus hijos a comprar cigarrillos? ¿Por qué
les dan ese ejemplo, si saben que es humo mortal? ¿Por qué vemos en todas
partes toda clase de inmoralidad? ¿Por qué les dicen a los jóvenes que pueden
practicar “sexo seguro”, cuando de fornicación se trata? (cfr. 1 Corintios 6:9;
Hebreos 13:4; Apocalipsis 21:8) ¡El preservativo no les guarda de la
fornicación!
La caída del hombre se produjo, por creer filosofías contrarias a la Palabra
de Dios. Dice Génesis 3:4, “Entonces la serpiente dijo a la mujer: No
moriréis”. Esto es una contradicción directa contra las palabras del
Señor. Dios mismo mandó al hombre diciendo, “De todo árbol del huerto podrás
comer; mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día
que de él comieres, ciertamente morirás” (Génesis 2:16-17). Dios dijo, “no comas”, pero la serpiente
dijo, “come”. Dios dijo, “morirás”, pero la serpiente, “no morirás”. La
contradicción es evidente. El conflicto entre ambas ideas comenzó allí, pero se
ha extendido por el resto del mundo a través de los años.
El mundo alejado de Dios y su
voluntad, también contradice la Palabra de Dios. Por ejemplo, Dios con su
palabra creó este mundo. Pero con su lengua viperina, la falsa ciencia dice que
“Dios no creó el mundo”, porque Dios “no existe”. Esta contradicción nos lleva
a no temer al pecado y la muerte, porque si Dios no existe, entonces tampoco
existe el pecado y sus consecuencias.
Dicen que el mundo no llegó a existir de la “nada”, sino de materia
preexistente que explotó y llegó a ser lo que conocemos. En otras palabras,
¡Somos producto de una explosión! ¿Por qué pensar en el pecado, entonces? Los científicos dicen que el desarrollo de
nuestro mundo se debe a una variedad de procesos que suceden por sí mismos, y
no “por la Palabra de Dios”. Y si lo que dice “la Palabra de Dios” no es
verdad, entonces nada de lo que dice es verdad, ¿por qué hemos de pensar,
entonces, en el pecado y sus consecuencias?
Dicen que todo llegó a existir por mera “casualidad”, no por voluntad de
Dios con un diseño inteligente. Dicen
que este proceso tardó “millones de años”, no “seis días”. Aunque la Palabra de Dios dice que la
creación fue hecha de manera buena y perfecta, donde no existía el sufrimiento,
ni la muerte, hasta que el hombre pecó, ellos dicen que no es cierto, que todo
era imperfecto y que necesitó un desarrollo en el que millones de animales
muertos existieron antes que evolucionaran en lo que es el hombre actualmente. Dicen
que Dios “no creó al hombre a su imagen”, sino que evolucionó, siendo durante
un tiempo un animal entre otros animales. Y si esto es así, allí tiene la razón
por la cual miles de personas no temen al pecado y sus consecuencias. ¡Esta
falta de temor es el caldo de cultivo para que la impiedad y la maldad se
extiendan en el mundo! Y eso es exactamente lo que está sucediendo. No es
sorpresa que la maldad cada día sea más aceptable y promovida por el mundo. Han
perdido el temor, han perdido el miedo al pecado y sus consecuencias, y por eso
es que el pecado ha llegado a ser sumamente popular. ¡Allí está el tropiezo de
la humanidad!
Otra razón por la que el hombre cayó, es por aceptar
“reinterpretaciones” de lo que Dios dice, y por qué lo dice. La serpiente
asevera que Dios sabe “que el día que comáis de él, serán abiertos
vuestros ojos, y seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal” (Génesis
3:5). Según la serpiente, Dios sabe algo que el hombre no sabe, y que nunca le
quiso decir. El acusador afirma que Dios
se reserva para sí mismo algo muy valioso, y lo representa como egoísta. ¿Qué buenas intenciones puede haber, al
prohibir comer de este árbol, que no mata, ni es dañino, sino potencialmente efectivo
para tener la misma estatura de Dios? La
serpiente asevera que el hombre puede ser soberano e independiente. ¿Y no es
exactamente lo que la gente cree, o al menos, quiere creer? Si no lo creyeran,
los lugares de reunión de las iglesias de Cristo estarían llenos.
La reinterpretación de las
Palabras de Dios ha llegado prácticamente a contradecir lo que Dios dijo. ¿Por qué dijo, lo que dijo? Ha, “lo dijo
porque tú puedes ser Dios al comer de ese fruto, gozando así de poder y gloria
personal”. Si esto es así, entonces lo que era pecado, ¡ya no lo es! Al
contrario, “desobedecer a Dios llega a ser algo bueno”. Entonces, dado que Dios es amor, no hay
infierno, y si no hay infierno, no hay nada por qué condenar al hombre, ¡el
pecado es algo que no hay que temer! ¡Hay que reinterpretar todo lo que dice la
Biblia sobre el pecado y el infierno! ¿Qué tenemos luego? Tropiezo y
desviación. El hombre se erige como diseñador de su propio camino, fracasando
terriblemente en el intento. Fue así que no tardó mucho tiempo para cuando el
hombre hubo “corrompido su camino sobre la Tierra” (Génesis 6:12). Desde
ese momento, se hizo necesario hacer volver “al pecador del error de su
camino” (Santiago 5:20). Estableciendo el hombre su propia senda, vino
así el fracaso y tropezó.
¿DE DÓNDE CAYÓ EL HOMBRE?
El hombre cayó de un mundo sin pecado. Este mundo sin pecado se
hace evidente en las primeras palabras que de Dios tenemos registradas en el
libro de Génesis. Ellas también nos
revelan lo que hay en el corazón de Dios.
Jesús dijo que “de la abundancia del corazón habla la boca”
(Mateo 12:34). ¿Cuáles fueron las
primeras palabras de Dios, de las que tenemos conocimiento? “Y
dijo Dios: Sea la luz; y fue la luz” (Génesis 1:3). Con esta declaración vemos lo que llena el
corazón de Dios, es decir, la luz. Vemos
la naturaleza de Dios revelada en la belleza y en la claridad. Vemos su esencia, su naturaleza limpia, sin
mancha, ni arruga, la pureza misma siendo parte de su ser. Vea cómo lo dice el
apóstol Juan, “Este es el mensaje que hemos oído de él, y os anunciamos: Dios es luz,
y no hay ningunas tinieblas en él” (1 Juan 1:5). Nuestro Señor Jesucristo, siendo de la misma
naturaleza que su Padre, dijo, “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue,
no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida.” (Juan 8:12). No hay oscuridad en Dios. No hay mentira, no
hay engaño. Él es sin culpa, sin pecado, sin ninguna impureza. ¿Es el dios que
muchos tienen hoy? ¿Eran así los dioses de las antiguas naciones? ¿Así es el
dios de los mormones? ¿Así es el dios de los calvinistas? ¿Es así el dios de
las sectas religiosas? El hecho de que en el principio solamente había un Dios,
siendo santo y bueno, es evidencia de que, el mundo antes de la caída, era un
mundo sin pecado.
El texto de la creación nos dice
lo que Dios “hizo”, es decir, “creó”, pero también nos dice lo
primero que “dijo” cuando llevó a cabo la creación. Algo fue lo que “hizo”
y algo fue lo que “dijo”. Esto es
importante. Lo que hizo fue “los
cielos y la tierra” (Génesis 1:1), pero lo que dijo fue, “sea
la luz”. Antes de que dijera tales palabras, “la tierra estaba desordenada y
vacía, y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo” (Génesis 2:2). Tenga en cuenta que Dios no dijo primero: "Que se haga el espacio y el
tiempo", o "Sea la
creación", o "Sean los
cielos". En cambio, Él primero
dijo: "Sea la luz", ¿por qué? Porque la luz es necesaria
para que deje de haber caos y oscuridad. Y esto no es necesario solamente en el
ámbito de lo físico, sino también en lo espiritual. Usted y yo sabemos cuán
importante es la luz, y cuánto daño nos evitamos cuando hay luz. Al respecto,
la Escritura dice, “Lámpara es a mis pies tu palabra, y lumbrera a mi camino”
(Salmo 119:105). En ese tiempo, antes de
la caída, había luz, y la luz era buena. Pero hoy en día, y después de la
caída; lo obscuro, la noche, las tinieblas es lo que más prevalece. Antes de la caída existía un mundo sin
pecado, y la luz, la claridad y todo lo bueno era su particular característica.
Cuando Cristo vino al mundo, lo hizo porque en el mundo prevaleció la
oscuridad. El evangelista Mateo, lo ilustró así, diciendo, “El pueblo asentado en tinieblas
vio gran luz; y a los asentados en región de sombra de muerte, luz les
resplandeció” (Mateo 4:16). Después de la caída los hombres llegaron,
incluso, a amar las tinieblas. Juan así lo expresó diciendo, “Y
esta es la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las
tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas.” (Juan 3:19). Adán y
Eva cayeron de aquel mundo sin pecado, sin oscuridad, sin dolor, sin amargura,
para entrar a un nuevo y perdido mundo.
El hombre cayó de una vida perfecta. Esta realidad la leemos en
Génesis 2:8-10. El hombre tenía comunión con su creador. Dios le proveyó de un
lugar seguro y hermoso para vivir (v. 8), le proveyó de un lugar donde el
hombre suplía todas sus necesidades (v. 8), le proveyó un lugar bello, donde
Adán gozaba de alimento y un ambiente espiritual (v. 9). Le proveyó de un lugar
donde suplía su necesidad de vivir: El árbol de la vida (v. 9). Le proveyó un
lugar donde ejerciera su libre albedrío y probara su santidad y obediencia: El
árbol del conocimiento (v. 9). Le proveyó un lugar rico en todos los sentidos
(v. 9). Su vida era perfecta. Pero con el pecado, cayó de este lugar
privilegiado y honroso en el que vivía. De hecho, Génesis 3:7 nos muestra que
su vida carecía de vergüenza, miedo e injusticia. No obstante, su vida perfecta
se acabó, y se llenó de vergüenza (v. 7), culpabilidad y temor (v. 8). Quedó
separado de Dios (v. 9), su relación familiar se vio afectada (v. 10-13), quedó
expuesto al juicio de Dios (3:14-19), sufrió la muerte (3:19), fue expulsado de
la perfección (3:22-24). ¡Todo esto no era conocido por él mientras no pecaba!
El hombre cayó de la inocencia. En el verso 7, leemos: “Entonces
fueron abiertos los ojos de ambos, y conocieron que estaban desnudos; entonces
cosieron hojas de higuera, y se hicieron delantales”. Este texto muestra varias cosas que ellos no
habían hecho, y que nunca habían sentido.
En primer lugar, “fueron
abiertos sus ojos” (v. 7a). No significa que tenían los ojos cerrados,
literalmente. Esta expresión hace referencia a la inocencia intelectual y
espiritual del hombre. Tener los ojos abiertos o cerrados, en este contexto,
tiene que ver con la visión de las cosas, con la manera en que se ven las
cosas, con la manera en que se piensa de las cosas, con la manera en que se
perciben las cosas, con la manera en que nos afectan las cosas que nos rodean o
que experimentamos (cfr. Juan 9:41). Para
tener una idea de esta inocencia, es necesario hacer memoria de la nuestra,
cuando, siendo niños, teníamos una visión distinta de la vida y las personas,
la cual era diferente a la visión que tenemos ahora que somos adultos (1
Corintios 13:11-12). Ahora sabemos
discernir y entender entre lo bueno y lo malo. Esta inocencia se hace evidente
en Deuteronomio 1:39, que dice, “vuestros hijos que no saben hoy lo bueno ni
lo malo”. Pero, cuando Adán y
Eva comieron del fruto, sus ojos fueron abiertos en ese sentido, y así la
vergüenza vino cuando su visión cambió. En
el 2:25, dice: “Y estaban ambos desnudos, Adán y su mujer, y no se avergonzaban”. Vemos una vida sencilla, sin sentimiento de
culpa y en perfecta armonía consigo mismos y con el prójimo. Su visión era inocente. Su visión era buena.
Pero ahora, ya no hay inocencia; hay culpa, ya no hay armonía, su visión ha
cambiado radicalmente. La vergüenza, la culpa, el miedo y la injusticia, ahora son
parte de su experiencia, como lo es de la nuestra. Adán no conocía todas esas cosas antes de
pecar, pero desde que pecó, llegó a sentirse vulnerable, sucio y culpable
delante de Dios. Perdió su inocencia.
Esa es la misma historia de todos
aquellos que hemos cedido a la tentación, y hemos pecado. En esa condición,
estamos sin justicia (Mateo 5:45), sin Dios (Efesios 2:12a), sin Cristo
(Efesios 2:12b), sin esperanza (Efesios 2:12c), sin vida (1 Juan 5:12), sin paz
(Romanos 3:17; Isaías 48:22), sin excusa (Romanos 1:20), sin cielo (Apocalipsis
21:27). En pocas palabras, “la muerte pasó a todos los hombres, por
cuanto todos pecaron” (Romanos 5:12).
LA CAÍDA AFECTÓ SU ENTORNO.
Ya hemos meditado ampliamente en
la vida de Adán y Eva antes de cometer pecado, y también nos hemos detenido en
el momento justo en que ambos desobedecieron a Dios, llenando sus vidas de
culpa y vergüenza. Sin embargo, el mal
no paró allí.
El pecado afectó la creación. Dios le dijo al hombre, “maldita
será la tierra por tu causa; con dolor comerás de ella todos los días de tu
vida. Espinos y cardos te producirá, y comerás plantas del campo. Con el sudor
de tu rostro comerás el pan” (Génesis 3:17b, 18, 19a). ¿Entiende ahora por qué nuestro mundo no es
un paraíso? Sequías, inundaciones, terremotos y toda clase de desastres son
parte de nuestra experiencia, ¡y son un testimonio de la caída!
El pecado afectó su relación familiar. Dios había formado esta
pareja con el propósito de glorificar Su nombre y para que fuesen felices
perpetuamente. Pero, en poco tiempo, lo que era felicidad y paz se tornó en
frustración y soledad. Ellos no pudieron
afrontar el conflicto resultante de su caída. El diseño y el propósito de Dios
para el matrimonio fue socavado y, lo que era armonía y paz, terminó en
desunión y desolación. La Escritura
dice, “Y el hombre respondió: La mujer que me diste por compañera me dio del
árbol, y yo comí.” (Génesis 3:11). Aquí tenemos el primer y gran
conflicto familiar. Hoy en día es común escuchar de conflictos en el
matrimonio, pero hasta aquí jamás se había escuchado de ninguno.
En nuestro contexto el divorcio
va en aumento, al punto que la sociedad se ha acostumbrado a que los
matrimonios se terminen. En el año 2010 se registraron 86 mil 42 divorcios. En
el año 2011 se registraron 91 mil 285 divorcios. En el año 2012 se registraron
99 mil 509 divorcios. En los periódicos leemos noticias tales como, “En
México, cada vez más disminuyen los matrimonios y aumentan los divorcios” (Excelsior
12/02/2013). ¿Y qué diremos de la violencia intrafamiliar? ¡También va en
aumento! En el 2014 la policía recibía mensualmente alrededor de 112 llamadas,
mientras que en últimas fechas se reciben 590 llamadas por violencia
intrafamiliar. ¿Qué factores contribuyeron a este terrible mal? Los celos, las
drogas y el consumo de alcohol entre otras son los factores detonantes de tan
amargo escenario. Pero la raíz de todo este mal, tuvo su origen en la caída.
El pecado afectó a sus hijos. Dice la Biblia en Génesis 4:1, 2: “Conoció
Adán a su mujer Eva, la cual concibió y dio a luz a Caín, y dijo: Por voluntad
de Jehová he adquirido varón. Después dio a luz a su hermano Abel. Y Abel fue
pastor de ovejas, y Caín fue labrador de la tierra.” Esta dicha fue opacada por el crimen,
pues andando el tiempo, “dijo Caín a su hermano Abel: Salgamos al
campo. Y aconteció que estando ellos en el campo, Caín se levantó contra su
hermano Abel, y lo mató” (v. 8).
¿Puede usted imaginar cuánto dolor están experimentando Adán y Eva al
saber que su hijo ha muerto a manos de su propio hermano? La drogadicción y
perversión en la que se enredan muchos jóvenes es un testimonio de la
caída. ¿Cuántas jovencitas hay que son
madres solteras? ¿Cuántos jóvenes criminales existen? En diversos estados del país se ha informado
que la cifra de jóvenes criminales va en aumento, y el número de jóvenes que
abandonan sus estudios fluctúa entre los 650 mil. La caída ha resultado en una
verdadera desgracia para nuestros hijos.
El pecado afectó a sus descendientes. El mal que inició con dos
personas, pronto se extendió más allá de sus fronteras. En Génesis 6:5, leemos: “Y vio Jehová que la maldad de
los hombres era mucha en la tierra, y que todo designio de los pensamientos del
corazón de ellos era de continuo solamente el mal”. ¿Cuánta era la “maldad de los hombres”? MUCHA. Esto es lo que produce el
pecado, “mucha maldad”. Si usted
me convence de que en nuestro tiempo no hay maldad, o que hay “poca maldad”,
podrá convencerme de que la caída es un mito. Pero usted sabe muy bien que la
descripción bíblica es históricamente acertada. Dice que “todo designio de los
pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal”. Usted podrá encontrar en los hombres cosas
buenas y positivas, sonrisas, y hasta buenas obras, pero la triste realidad es
que “el
mal” siempre aparecerá en las “intenciones de sus corazones”. Pablo nos habla de esta triste condición del
hombre en pecado, en el capítulo 7 de Romanos, diciendo, “Y yo sé que en mí, esto es, en mi
carne, no mora el bien; porque el querer el bien está en mí, pero no el
hacerlo” (Romanos 7:18). El mal progresó tanto que todos podemos dar fe
de ese hecho (cfr. Romanos 1:18-32).
LA GRACIA DE DIOS EN LA CAÍDA.
Dios vino al hombre. Dice la Escritura en Génesis 3:8, “Y
oyeron la voz de Jehová Dios que se paseaba en el huerto, al aire del día; y el
hombre y su mujer se escondieron de la presencia de Jehová Dios entre los
árboles del huerto”. El hombre
había quebrantado el mandamiento de Dios, pecando contra Dios. Esto resultó en
un gran abismo entre Dios y el hombre (cfr. Isaías 59:2). Al parecer era la
costumbre de Dios unirse a Adán en el fresco del día para la comunión. Ahora, el hombre había pecado y Dios tenía
todo el derecho de mantenerse alejado, pero a pesar de eso, ¡vino de todos
modos! ¡Eso es gracia!
Y, ¿sabe qué? ¡Él todavía está
haciendo eso hoy! Cuando el corazón del pecador se agita, y toma conciencia de
su pecado, entonces puede lograr ver el gran amor de Dios. Si el pecador escucha el evangelio, entonces
es Dios buscando su compañerismo. Es Dios llamándole con amor. Recuerde que “el
Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido”
(Lucas 19:10). ¡Solo la gracia permite que el Santo Dios venga a nosotros!
Gracias a Dios por su bondad.
Dios llamó al hombre. En Génesis 3:9-10, leemos, “Mas
Jehová Dios llamó al hombre, y le dijo: ¿Dónde estás tú? Y él respondió: Oí tu
voz en el huerto, y tuve miedo, porque estaba desnudo; y me escondí.”. No
solo vino a ver su miseria. Llamó a Adán en un esfuerzo para alcanzarlo. Amados
hermanos, así fue con ustedes, según Pablo. Dios “os llamó mediante nuestro
evangelio, para alcanzar la gloria de nuestro Señor Jesucristo” (2
Tesalonicenses 2:14). El Señor Jesucristo, en sus días, hizo este llamamiento, “Venid
a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar” (Mateo
11:28). ¿Puede usted percibir la gracia de Dios en su llamado?
Dios confrontó al hombre. En Génesis 3:11, “Dios le dijo: ¿Quién te enseñó
que estabas desnudo? ¿Has comido del árbol de que yo te mandé no comieses?” Dios desafió al hombre sobre la base de su
pecado. Dios no estaba buscando información. El sabía lo que Adán y Eva habían
hecho. Más bien, estaba buscando una confesión. Lamentablemente el hombre
respondió con una acusación (v. 12). Aún así, Adán y Eva seguían siendo
culpables. Esto es lo que Dios hace por los pecadores. Él nos revela el pecado y
nos llama al arrepentimiento (Lucas 24:47; Hechos 2:38; Hechos 3:19; Hechos 17:30-31).
Y aunque usted no lo crea, también es por la pura gracia que Dios muestra al
hombre su pecado. De no hacerlo, el hombre continuaría en ese mismo camino,
pues “Hay
camino que parece derecho al hombre, pero su fin es camino de muerte” (Proverbios
16:25). Puede ser muy doloroso verse a uno mismo al ser confrontado con la
justicia de Dios, pero hasta que no lo haga, nunca podrá ver la necesidad de
ser perdonado. Por eso, la gracia de Dios nos desafía en nuestro estilo de vida
y nos muestra un nuevo camino: “Porque la gracia de Dios se ha manifestado
para salvación a todos los hombres, enseñándonos que, renunciando a la impiedad
y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente”
(Tito 2:11-12)
Dios castigó al hombre. En Génesis 3:12-20, leemos sobre cada uno
de los castigos aplicados al hombre y la mujer. Y esto, también es por la
gracia de Dios. Recuerde que Dios tenía todo el derecho de matar, o incluso,
llevar al punto de la extinción al hombre por causa de su pecado. No obstante,
la mano disciplinaria de Dios es un recordatorio de que el pecado siempre
provocará mucho dolor. Él no permite que vivamos como deseamos. Él no es
indiferente ante el destino eterno que nos espera con esa vida. Él nos castiga
para llamar nuestra atención lejos del placer que temporalmente provee el
pecado. Es verdad que a nadie le gusta el castigo, pero debemos entender que el
mismo también es por el amor la gracia de Dios (cfr. Apocalipsis 3:19;
Proverbios 3:11-12).
Dios cubrió al hombre. En el verso 21 de Génesis 3, dice, “Y
Jehová Dios hizo al hombre y a su mujer túnicas de pieles, y los vistió”. En esta sencilla descripción, hay una
realidad sumamente profunda para nosotros. Sin la muerte y la sangre de un
inocente, era imposible que su pecado fuese perdonado, fuese cubierto. Son dos
cosas necesarias para que el hombre pueda acerca a Dios nuevamente: La muerte y
la sangre de un inocente. Sin la muerte no hay sangre, y sin la sangre no hay
expiación (Levítico 17:11). Sin sangre no hay remisión de pecados (Hebreos
9:22).
Hoy en día la muerte y la sangre
de Cristo, las dos cosas, fueron necesarias para nuestra salvación (Romanos
5:9-10). La justificación viene por su sangre (v. 9) y la reconciliación por su
muerte (v. 10). No es solo la muerte, ni solo la sangre. Son las dos. Hay que
tener las dos. Para cubrir la vergüenza de Adán y Eva, fue necesario derramar
sangre, fue necesaria la muerte de un inocente.
Lamentable es que algunas Biblias
hablan del perdón de pecados, ¡pero sin sangre! Colosenses 2:14, dice, “en
quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados”. No obstante, la Biblia Dios Habla Hoy, dice, “por quien tenemos la liberación y el perdón
de los pecados”. ¿Lo ve? ¡Sin sangre! La Nueva Versión Internacional, dice,
“en quien tenemos redención, el perdón de
pecados”. Otra vez, ¡sin sangre! La Biblia de las Américas, también dice, “en quien tenemos redención: el perdón de
los pecados”. ¡Tampoco hay sangre! No deje que nadie le quite la sangre de
las buenas nuevas. Muchos dicen que “la sangre” es una simple metáfora que hace
referencia a la muerte de Cristo. Yo no comparto ese evangelio. Sí, Cristo
murió en la cruz (Romanos 5:10), pero también derramó su sangre en la cruz
(Juan 19:34; Hechos 20:28). Como Sumo Sacerdote, ofreció su propia sangre en el
Santuario Celestial (Hebreos 9:12; Hebreos 9:24). ¿Qué era lo que rociaba el
Sumo Sacerdote en el Antiguo Testamento? ¡Sangre! (Levítico 16:11-14; Levítico
16:15). Pablo declaró, “Pero ahora en Cristo Jesús, vosotros, que
en otro tiempo estabais lejos, habéis sido acercados por la sangre de Cristo”. ¿Creerá usted esta obra de gracia?
Dios guardó al hombre. En Génesis 3:22-24, dice, “Y
dijo Jehová Dios: He aquí el hombre es como uno de nosotros, sabiendo el bien y
el mal; ahora, pues, que no alargue su mano, y tome también del árbol de la
vida, y coma, y viva para siempre. Y lo sacó Jehová del huerto del Edén, para
que labrase la tierra de que fue tomado. Echó, pues, fuera al hombre, y puso al
oriente del huerto de Edén querubines, y una espada encendida que se revolvía
por todos lados, para guardar el camino del árbol de la vida”. Me llama la atención que Dios haya puesto “querubines”,
con el fin de “guardar el camino del árbol de la vida”. ¿Por qué? Bueno, piense usted en las
implicaciones de tener el hombre el acceso al árbol de la vida. Al comer de
dicho árbol, el hombre entonces sería inmortal; “y viva para siempre”
dice el final del verso 22. Esta vida no
solamente extendería de manera indefinida la vida física del hombre, sino
también su condición caída. ¡Qué horrible infierno hubiera sido para el hombre
vivir eternamente en este mundo con una condición caída! Eternamente en
conflicto con Dios. Por eso, la orden de Dios de sacar al hombre del huerto, y
evitar que coma de dicho árbol, es también una obra de gracia.
Su gracia también se hace
evidente, entonces, cuando Dios nos guarda de algo. Dios sabe lo que es mejor
para nosotros. Por lo tanto, Dios determina que algunas cosas deben estar lejos
de nuestro alcance. Así como nosotros limitamos a nuestros hijos de una
variedad de cosas que creemos no serán buenas para ellos, así Dios hace lo
mismo con nosotros, y con los mismos motivos por los que lo hacemos nosotros
con nuestros hijos. La gracia nos protege. Tal vez Adán pensó que era lo peor
que le pudo Dios haber quitado, pero el tiempo daría la razón para la solución
posible y necesaria para tan terrible problema. Y, sobre todo, si tomamos en
cuenta la mejor opción que Dios estableció también en su gracia, el cielo (cfr.
Juan 14:2). Entonces sin duda alguna que fue una buena y efectiva decisión (2
Corintios 12:9).
CONCLUSIÓN.
Gracias a Dios por su bondad y su plan de salvación, así como el destino que nos ha ofrecido a quienes nos beneficiamos de su bondad. Gracias por su misericordia, que nos ha dado la esperanza de estar en el paraíso, pero en el paraíso de Dios. Debemos alabarle por su gracia y descansar en ella con plena certidumbre de fe. ¡Su gracia verdaderamente es asombrosa!
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