viernes, 25 de enero de 2019

LA GRACIA DE DIOS EN LA CAÍDA DEL HOMBRE (Génesis 3:1-24).

El libro de Génesis es una maravillosa exposición de Dios. Es el libro de teología por excelencia. Una lectura motivada por la devoción, mostrará al Dios verdadero en todo su esplendor. No he leído otro libro que revele al Creador como lo hace el Génesis; y en el presente capítulo, se nos muestra otra de las cualidades de nuestro Dios, su gracia.

¿Qué es la gracia de Dios? Sin entrar en términos técnicos y a veces sumamente complicados, diremos sencillamente que se trata de la respuesta de Dios ante la más grande necesidad humana. La gracia de Dios exhibe la misericordia y el amor de Dios por el hombre. Aún cuando el hombre es culpable delante de su presencia, y aún cuando fuese justo castigarlo, Dios primero ofrece el perdón, y proporciona el medio para lograrlo.

En Génesis aprendemos sobre el origen del hombre, y también sobre su caída. La caída hace referencia al momento en que el hombre dejó de tener comunión con Dios. Es el momento en que el hombre decide tomar su propio camino. Es el momento en que rechaza la voluntad de Dios para seguir su propio corazón y rendirse a sus deseos.  La humanidad existente hasta ese día, por decisión propia, fue sumergida en la más densa oscuridad espiritual y mental. El pecado entró en el corazón del hombre e hizo allí su habitación. La muerte se hizo presente como efecto natural de tan lamentable decisión y en ese terrible instante cuando el hombre pecó contra Dios y contra sí mismo, el hombre murió y así quedó separado espiritualmente del Dios Todopoderoso.

A partir de la caída, el hombre se volvió impotente y torpe. La inocencia y sabiduría con que Dios lo había creado, fue dañada. Sus pensamientos se tornaron malvados. Su visión de la vida se hizo gris y su experiencia se tornó sumamente amarga. Perdió su capacidad para mantener una relación correcta con su creador. Perdió su capacidad de vivir en armonía consigo mismo y con otros humanos, por muy cercanos a él que fuesen.

En medio de esta desgracia, Dios buscó al hombre perdido. Aunque intencionalmente el hombre quiso alejarse y esconderse de Dios, aún así el dador de vida buscó establecer una relación con él. Consideremos los hechos de Dios en medio de este asunto. Veamos como es que, en medio de tanta sombra de muerte, una luz de vida y esperanza brilló como la más importante y característica obra de Dios para con el hombre pecador.

LA RAZÓN DE LA CAÍDA.

La caída del hombre se produjo, por dejar de confiar en la palabra de Dios. ¿Qué es lo que el hombre sabía con respecto al árbol de la ciencia? ¿Qué es lo que Dios le había mandado? En el versículo 3, Eva lo expresó así, “del fruto del árbol que está en medio del huerto dijo Dios: No comeréis de él, ni le tocaréis, para que no muráis” (Génesis 3:3).  Las palabras de Dios no fueron difíciles de entender. Fueron sencillas y claras, como quien entrega instrucciones a un inocente niño. Eva aprendió que no debía comer de su fruto, dada la consecuencia mortal de hacerlo. Por tanto, concluyó que no debía ¡ni tocarlo!  Cuando uno oye y cree a la Palabra de Dios, está consciente de los límites que deben existir en nuestros hechos y pensamientos, para no dañar nuestras vidas. De hecho, uno está seguro cuando oye y cree la Palabra de Dios (cfr. Salmo 119:105; Proverbios 4:4, 7).

Sin embargo, Eva dejó de tener en cuenta la Palabra de Dios y consideró los beneficios que el árbol del conocimiento suponía: “Y vio la mujer que el árbol era bueno para comer, y que era agradable a los ojos, y árbol codiciable para alcanzar la sabiduría” (Génesis 3:6).  Su manera de ver el árbol ya no era conforme a la Palabra de Dios. Su visión ya no era objetiva, sino subjetiva. Su juicio se quedó sin fundamento, en el momento mismo que apartó de sí el conocimiento que le fue dado por Dios, para atender a su particular, y sin sustento punto de vista. El texto dice, “vio la mujer”. Ya no era la visión de Dios, sino la suya. Ahora la consideración y el juicio son suyos. Por tanto, lo que leemos acerca del árbol, ya no es la perspectiva y la información verdadera de Dios, sino de Eva. Entonces, si el árbol es “bueno”, ¡hay que comerlo! Si es “agradable”, entonces ¡podemos tocarlo! Y si es “para alcanzar la sabiduría”, entonces no puede ser mortal. De hecho, la “muerte” en todo este asunto, según la astuta serpiente, es un invento de Dios para evitar que el hombre se apropie de todo lo que “el Dios egoísta” no quiere compartir con el hombre.

Cuando el hombre deja de escuchar y creer en la Palabra de Dios, entonces deja de temer a la muerte.  ¿Por qué tanta gente bebe licor? ¿Por qué es parte de sus fiestas? ¿Por qué es parte de sus eventos deportivos? ¿Por qué tanta gente fuma? ¿Por qué mandan a sus hijos a comprar cigarrillos? ¿Por qué les dan ese ejemplo, si saben que es humo mortal? ¿Por qué vemos en todas partes toda clase de inmoralidad? ¿Por qué les dicen a los jóvenes que pueden practicar “sexo seguro”, cuando de fornicación se trata? (cfr. 1 Corintios 6:9; Hebreos 13:4; Apocalipsis 21:8) ¡El preservativo no les guarda de la fornicación!

La caída del hombre se produjo, por creer filosofías contrarias a la Palabra de Dios. Dice Génesis 3:4, “Entonces la serpiente dijo a la mujer: No moriréis”. Esto es una contradicción directa contra las palabras del Señor. Dios mismo mandó al hombre diciendo, “De todo árbol del huerto podrás comer; mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás” (Génesis 2:16-17).  Dios dijo, “no comas”, pero la serpiente dijo, “come”. Dios dijo, “morirás”, pero la serpiente, “no morirás”. La contradicción es evidente. El conflicto entre ambas ideas comenzó allí, pero se ha extendido por el resto del mundo a través de los años.

El mundo alejado de Dios y su voluntad, también contradice la Palabra de Dios. Por ejemplo, Dios con su palabra creó este mundo. Pero con su lengua viperina, la falsa ciencia dice que “Dios no creó el mundo”, porque Dios “no existe”. Esta contradicción nos lleva a no temer al pecado y la muerte, porque si Dios no existe, entonces tampoco existe el pecado y sus consecuencias.  Dicen que el mundo no llegó a existir de la “nada”, sino de materia preexistente que explotó y llegó a ser lo que conocemos. En otras palabras, ¡Somos producto de una explosión! ¿Por qué pensar en el pecado, entonces?  Los científicos dicen que el desarrollo de nuestro mundo se debe a una variedad de procesos que suceden por sí mismos, y no “por la Palabra de Dios”. Y si lo que dice “la Palabra de Dios” no es verdad, entonces nada de lo que dice es verdad, ¿por qué hemos de pensar, entonces, en el pecado y sus consecuencias?  Dicen que todo llegó a existir por mera “casualidad”, no por voluntad de Dios con un diseño inteligente.  Dicen que este proceso tardó “millones de años”, no “seis días”.  Aunque la Palabra de Dios dice que la creación fue hecha de manera buena y perfecta, donde no existía el sufrimiento, ni la muerte, hasta que el hombre pecó, ellos dicen que no es cierto, que todo era imperfecto y que necesitó un desarrollo en el que millones de animales muertos existieron antes que evolucionaran en lo que es el hombre actualmente. Dicen que Dios “no creó al hombre a su imagen”, sino que evolucionó, siendo durante un tiempo un animal entre otros animales. Y si esto es así, allí tiene la razón por la cual miles de personas no temen al pecado y sus consecuencias. ¡Esta falta de temor es el caldo de cultivo para que la impiedad y la maldad se extiendan en el mundo! Y eso es exactamente lo que está sucediendo. No es sorpresa que la maldad cada día sea más aceptable y promovida por el mundo. Han perdido el temor, han perdido el miedo al pecado y sus consecuencias, y por eso es que el pecado ha llegado a ser sumamente popular. ¡Allí está el tropiezo de la humanidad!

Otra razón por la que el hombre cayó, es por aceptar “reinterpretaciones” de lo que Dios dice, y por qué lo dice. La serpiente asevera que Dios sabe “que el día que comáis de él, serán abiertos vuestros ojos, y seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal” (Génesis 3:5). Según la serpiente, Dios sabe algo que el hombre no sabe, y que nunca le quiso decir.  El acusador afirma que Dios se reserva para sí mismo algo muy valioso, y lo representa como egoísta.  ¿Qué buenas intenciones puede haber, al prohibir comer de este árbol, que no mata, ni es dañino, sino potencialmente efectivo para tener la misma estatura de Dios?  La serpiente asevera que el hombre puede ser soberano e independiente. ¿Y no es exactamente lo que la gente cree, o al menos, quiere creer? Si no lo creyeran, los lugares de reunión de las iglesias de Cristo estarían llenos.

La reinterpretación de las Palabras de Dios ha llegado prácticamente a contradecir lo que Dios dijo.  ¿Por qué dijo, lo que dijo? Ha, “lo dijo porque tú puedes ser Dios al comer de ese fruto, gozando así de poder y gloria personal”. Si esto es así, entonces lo que era pecado, ¡ya no lo es! Al contrario, “desobedecer a Dios llega a ser algo bueno”.  Entonces, dado que Dios es amor, no hay infierno, y si no hay infierno, no hay nada por qué condenar al hombre, ¡el pecado es algo que no hay que temer! ¡Hay que reinterpretar todo lo que dice la Biblia sobre el pecado y el infierno! ¿Qué tenemos luego? Tropiezo y desviación. El hombre se erige como diseñador de su propio camino, fracasando terriblemente en el intento. Fue así que no tardó mucho tiempo para cuando el hombre hubo “corrompido su camino sobre la Tierra” (Génesis 6:12). Desde ese momento, se hizo necesario hacer volver “al pecador del error de su camino” (Santiago 5:20). Estableciendo el hombre su propia senda, vino así el fracaso y tropezó.

¿DE DÓNDE CAYÓ EL HOMBRE?

El hombre cayó de un mundo sin pecado. Este mundo sin pecado se hace evidente en las primeras palabras que de Dios tenemos registradas en el libro de Génesis.  Ellas también nos revelan lo que hay en el corazón de Dios.  Jesús dijo que “de la abundancia del corazón habla la boca” (Mateo 12:34).  ¿Cuáles fueron las primeras palabras de Dios, de las que tenemos conocimiento? “Y dijo Dios: Sea la luz; y fue la luz” (Génesis 1:3).  Con esta declaración vemos lo que llena el corazón de Dios, es decir, la luz.  Vemos la naturaleza de Dios revelada en la belleza y en la claridad.  Vemos su esencia, su naturaleza limpia, sin mancha, ni arruga, la pureza misma siendo parte de su ser. Vea cómo lo dice el apóstol Juan, “Este es el mensaje que hemos oído de él, y os anunciamos: Dios es luz, y no hay ningunas tinieblas en él” (1 Juan 1:5).  Nuestro Señor Jesucristo, siendo de la misma naturaleza que su Padre, dijo, “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida.” (Juan 8:12).  No hay oscuridad en Dios. No hay mentira, no hay engaño. Él es sin culpa, sin pecado, sin ninguna impureza. ¿Es el dios que muchos tienen hoy? ¿Eran así los dioses de las antiguas naciones? ¿Así es el dios de los mormones? ¿Así es el dios de los calvinistas? ¿Es así el dios de las sectas religiosas? El hecho de que en el principio solamente había un Dios, siendo santo y bueno, es evidencia de que, el mundo antes de la caída, era un mundo sin pecado.

El texto de la creación nos dice lo que Dios “hizo”, es decir, “creó”, pero también nos dice lo primero que “dijo” cuando llevó a cabo la creación. Algo fue lo que “hizo” y algo fue lo que “dijo”.  Esto es importante.  Lo que hizo fue “los cielos y la tierra” (Génesis 1:1), pero lo que dijo fue, “sea la luz”. Antes de que dijera tales palabras, “la tierra estaba desordenada y vacía, y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo” (Génesis 2:2).  Tenga en cuenta que Dios no dijo primero: "Que se haga el espacio y el tiempo", o "Sea la creación", o "Sean los cielos".  En cambio, Él primero dijo: "Sea la luz", ¿por qué? Porque la luz es necesaria para que deje de haber caos y oscuridad. Y esto no es necesario solamente en el ámbito de lo físico, sino también en lo espiritual. Usted y yo sabemos cuán importante es la luz, y cuánto daño nos evitamos cuando hay luz. Al respecto, la Escritura dice, “Lámpara es a mis pies tu palabra, y lumbrera a mi camino” (Salmo 119:105).  En ese tiempo, antes de la caída, había luz, y la luz era buena. Pero hoy en día, y después de la caída; lo obscuro, la noche, las tinieblas es lo que más prevalece.  Antes de la caída existía un mundo sin pecado, y la luz, la claridad y todo lo bueno era su particular característica. Cuando Cristo vino al mundo, lo hizo porque en el mundo prevaleció la oscuridad. El evangelista Mateo, lo ilustró así, diciendo, “El pueblo asentado en tinieblas vio gran luz; y a los asentados en región de sombra de muerte, luz les resplandeció” (Mateo 4:16). Después de la caída los hombres llegaron, incluso, a amar las tinieblas. Juan así lo expresó diciendo, “Y esta es la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas.” (Juan 3:19). Adán y Eva cayeron de aquel mundo sin pecado, sin oscuridad, sin dolor, sin amargura, para entrar a un nuevo y perdido mundo.

El hombre cayó de una vida perfecta. Esta realidad la leemos en Génesis 2:8-10. El hombre tenía comunión con su creador. Dios le proveyó de un lugar seguro y hermoso para vivir (v. 8), le proveyó de un lugar donde el hombre suplía todas sus necesidades (v. 8), le proveyó un lugar bello, donde Adán gozaba de alimento y un ambiente espiritual (v. 9). Le proveyó de un lugar donde suplía su necesidad de vivir: El árbol de la vida (v. 9). Le proveyó un lugar donde ejerciera su libre albedrío y probara su santidad y obediencia: El árbol del conocimiento (v. 9). Le proveyó un lugar rico en todos los sentidos (v. 9). Su vida era perfecta. Pero con el pecado, cayó de este lugar privilegiado y honroso en el que vivía. De hecho, Génesis 3:7 nos muestra que su vida carecía de vergüenza, miedo e injusticia. No obstante, su vida perfecta se acabó, y se llenó de vergüenza (v. 7), culpabilidad y temor (v. 8). Quedó separado de Dios (v. 9), su relación familiar se vio afectada (v. 10-13), quedó expuesto al juicio de Dios (3:14-19), sufrió la muerte (3:19), fue expulsado de la perfección (3:22-24). ¡Todo esto no era conocido por él mientras no pecaba!

El hombre cayó de la inocencia. En el verso 7, leemos: “Entonces fueron abiertos los ojos de ambos, y conocieron que estaban desnudos; entonces cosieron hojas de higuera, y se hicieron delantales”.  Este texto muestra varias cosas que ellos no habían hecho, y que nunca habían sentido.

En primer lugar, “fueron abiertos sus ojos” (v. 7a). No significa que tenían los ojos cerrados, literalmente. Esta expresión hace referencia a la inocencia intelectual y espiritual del hombre. Tener los ojos abiertos o cerrados, en este contexto, tiene que ver con la visión de las cosas, con la manera en que se ven las cosas, con la manera en que se piensa de las cosas, con la manera en que se perciben las cosas, con la manera en que nos afectan las cosas que nos rodean o que experimentamos (cfr. Juan 9:41).  Para tener una idea de esta inocencia, es necesario hacer memoria de la nuestra, cuando, siendo niños, teníamos una visión distinta de la vida y las personas, la cual era diferente a la visión que tenemos ahora que somos adultos (1 Corintios 13:11-12).  Ahora sabemos discernir y entender entre lo bueno y lo malo. Esta inocencia se hace evidente en Deuteronomio 1:39, que dice, “vuestros hijos que no saben hoy lo bueno ni lo malo”.  Pero, cuando Adán y Eva comieron del fruto, sus ojos fueron abiertos en ese sentido, y así la vergüenza vino cuando su visión cambió.  En el 2:25, dice: “Y estaban ambos desnudos, Adán y su mujer, y no se avergonzaban”.  Vemos una vida sencilla, sin sentimiento de culpa y en perfecta armonía consigo mismos y con el prójimo.  Su visión era inocente. Su visión era buena. Pero ahora, ya no hay inocencia; hay culpa, ya no hay armonía, su visión ha cambiado radicalmente. La vergüenza, la culpa, el miedo y la injusticia, ahora son parte de su experiencia, como lo es de la nuestra.  Adán no conocía todas esas cosas antes de pecar, pero desde que pecó, llegó a sentirse vulnerable, sucio y culpable delante de Dios. Perdió su inocencia.

Esa es la misma historia de todos aquellos que hemos cedido a la tentación, y hemos pecado. En esa condición, estamos sin justicia (Mateo 5:45), sin Dios (Efesios 2:12a), sin Cristo (Efesios 2:12b), sin esperanza (Efesios 2:12c), sin vida (1 Juan 5:12), sin paz (Romanos 3:17; Isaías 48:22), sin excusa (Romanos 1:20), sin cielo (Apocalipsis 21:27). En pocas palabras, “la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron” (Romanos 5:12).

LA CAÍDA AFECTÓ SU ENTORNO.

Ya hemos meditado ampliamente en la vida de Adán y Eva antes de cometer pecado, y también nos hemos detenido en el momento justo en que ambos desobedecieron a Dios, llenando sus vidas de culpa y vergüenza.  Sin embargo, el mal no paró allí.

El pecado afectó la creación. Dios le dijo al hombre, “maldita será la tierra por tu causa; con dolor comerás de ella todos los días de tu vida. Espinos y cardos te producirá, y comerás plantas del campo. Con el sudor de tu rostro comerás el pan” (Génesis 3:17b, 18, 19a).  ¿Entiende ahora por qué nuestro mundo no es un paraíso? Sequías, inundaciones, terremotos y toda clase de desastres son parte de nuestra experiencia, ¡y son un testimonio de la caída!

El pecado afectó su relación familiar. Dios había formado esta pareja con el propósito de glorificar Su nombre y para que fuesen felices perpetuamente. Pero, en poco tiempo, lo que era felicidad y paz se tornó en frustración y soledad.  Ellos no pudieron afrontar el conflicto resultante de su caída. El diseño y el propósito de Dios para el matrimonio fue socavado y, lo que era armonía y paz, terminó en desunión y desolación.  La Escritura dice, “Y el hombre respondió: La mujer que me diste por compañera me dio del árbol, y yo comí.” (Génesis 3:11). Aquí tenemos el primer y gran conflicto familiar. Hoy en día es común escuchar de conflictos en el matrimonio, pero hasta aquí jamás se había escuchado de ninguno.

En nuestro contexto el divorcio va en aumento, al punto que la sociedad se ha acostumbrado a que los matrimonios se terminen. En el año 2010 se registraron 86 mil 42 divorcios. En el año 2011 se registraron 91 mil 285 divorcios. En el año 2012 se registraron 99 mil 509 divorcios. En los periódicos leemos noticias tales como, “En México, cada vez más disminuyen los matrimonios y aumentan los divorcios” (Excelsior 12/02/2013). ¿Y qué diremos de la violencia intrafamiliar? ¡También va en aumento! En el 2014 la policía recibía mensualmente alrededor de 112 llamadas, mientras que en últimas fechas se reciben 590 llamadas por violencia intrafamiliar. ¿Qué factores contribuyeron a este terrible mal? Los celos, las drogas y el consumo de alcohol entre otras son los factores detonantes de tan amargo escenario. Pero la raíz de todo este mal, tuvo su origen en la caída.

El pecado afectó a sus hijos. Dice la Biblia en Génesis 4:1, 2: “Conoció Adán a su mujer Eva, la cual concibió y dio a luz a Caín, y dijo: Por voluntad de Jehová he adquirido varón. Después dio a luz a su hermano Abel. Y Abel fue pastor de ovejas, y Caín fue labrador de la tierra.”  Esta dicha fue opacada por el crimen, pues andando el tiempo, “dijo Caín a su hermano Abel: Salgamos al campo. Y aconteció que estando ellos en el campo, Caín se levantó contra su hermano Abel, y lo mató” (v. 8).  ¿Puede usted imaginar cuánto dolor están experimentando Adán y Eva al saber que su hijo ha muerto a manos de su propio hermano? La drogadicción y perversión en la que se enredan muchos jóvenes es un testimonio de la caída.  ¿Cuántas jovencitas hay que son madres solteras? ¿Cuántos jóvenes criminales existen?  En diversos estados del país se ha informado que la cifra de jóvenes criminales va en aumento, y el número de jóvenes que abandonan sus estudios fluctúa entre los 650 mil. La caída ha resultado en una verdadera desgracia para nuestros hijos.

El pecado afectó a sus descendientes. El mal que inició con dos personas, pronto se extendió más allá de sus fronteras.  En Génesis 6:5, leemos: “Y vio Jehová que la maldad de los hombres era mucha en la tierra, y que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal”.  ¿Cuánta era la “maldad de los hombres”? MUCHA. Esto es lo que produce el pecado, “mucha maldad”.  Si usted me convence de que en nuestro tiempo no hay maldad, o que hay “poca maldad”, podrá convencerme de que la caída es un mito. Pero usted sabe muy bien que la descripción bíblica es históricamente acertada. Dice que “todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal”.  Usted podrá encontrar en los hombres cosas buenas y positivas, sonrisas, y hasta buenas obras, pero la triste realidad es que “el mal” siempre aparecerá en las “intenciones de sus corazones”.  Pablo nos habla de esta triste condición del hombre en pecado, en el capítulo 7 de Romanos, diciendo, “Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo” (Romanos 7:18). El mal progresó tanto que todos podemos dar fe de ese hecho (cfr. Romanos 1:18-32).

LA GRACIA DE DIOS EN LA CAÍDA.

Dios vino al hombre. Dice la Escritura en Génesis 3:8, “Y oyeron la voz de Jehová Dios que se paseaba en el huerto, al aire del día; y el hombre y su mujer se escondieron de la presencia de Jehová Dios entre los árboles del huerto”.  El hombre había quebrantado el mandamiento de Dios, pecando contra Dios. Esto resultó en un gran abismo entre Dios y el hombre (cfr. Isaías 59:2). Al parecer era la costumbre de Dios unirse a Adán en el fresco del día para la comunión.  Ahora, el hombre había pecado y Dios tenía todo el derecho de mantenerse alejado, pero a pesar de eso, ¡vino de todos modos! ¡Eso es gracia!

Y, ¿sabe qué? ¡Él todavía está haciendo eso hoy! Cuando el corazón del pecador se agita, y toma conciencia de su pecado, entonces puede lograr ver el gran amor de Dios.  Si el pecador escucha el evangelio, entonces es Dios buscando su compañerismo. Es Dios llamándole con amor. Recuerde que “el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido” (Lucas 19:10). ¡Solo la gracia permite que el Santo Dios venga a nosotros! Gracias a Dios por su bondad.

Dios llamó al hombre. En Génesis 3:9-10, leemos, “Mas Jehová Dios llamó al hombre, y le dijo: ¿Dónde estás tú? Y él respondió: Oí tu voz en el huerto, y tuve miedo, porque estaba desnudo; y me escondí.”. No solo vino a ver su miseria. Llamó a Adán en un esfuerzo para alcanzarlo. Amados hermanos, así fue con ustedes, según Pablo. Dios “os llamó mediante nuestro evangelio, para alcanzar la gloria de nuestro Señor Jesucristo” (2 Tesalonicenses 2:14). El Señor Jesucristo, en sus días, hizo este llamamiento, “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar” (Mateo 11:28). ¿Puede usted percibir la gracia de Dios en su llamado?

Dios confrontó al hombre. En Génesis 3:11, “Dios le dijo: ¿Quién te enseñó que estabas desnudo? ¿Has comido del árbol de que yo te mandé no comieses?”  Dios desafió al hombre sobre la base de su pecado. Dios no estaba buscando información. El sabía lo que Adán y Eva habían hecho. Más bien, estaba buscando una confesión. Lamentablemente el hombre respondió con una acusación (v. 12). Aún así, Adán y Eva seguían siendo culpables. Esto es lo que Dios hace por los pecadores. Él nos revela el pecado y nos llama al arrepentimiento (Lucas 24:47; Hechos 2:38; Hechos 3:19; Hechos 17:30-31). Y aunque usted no lo crea, también es por la pura gracia que Dios muestra al hombre su pecado. De no hacerlo, el hombre continuaría en ese mismo camino, pues “Hay camino que parece derecho al hombre, pero su fin es camino de muerte” (Proverbios 16:25). Puede ser muy doloroso verse a uno mismo al ser confrontado con la justicia de Dios, pero hasta que no lo haga, nunca podrá ver la necesidad de ser perdonado. Por eso, la gracia de Dios nos desafía en nuestro estilo de vida y nos muestra un nuevo camino: “Porque la gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los hombres, enseñándonos que, renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente” (Tito 2:11-12)

Dios castigó al hombre. En Génesis 3:12-20, leemos sobre cada uno de los castigos aplicados al hombre y la mujer. Y esto, también es por la gracia de Dios. Recuerde que Dios tenía todo el derecho de matar, o incluso, llevar al punto de la extinción al hombre por causa de su pecado. No obstante, la mano disciplinaria de Dios es un recordatorio de que el pecado siempre provocará mucho dolor. Él no permite que vivamos como deseamos. Él no es indiferente ante el destino eterno que nos espera con esa vida. Él nos castiga para llamar nuestra atención lejos del placer que temporalmente provee el pecado. Es verdad que a nadie le gusta el castigo, pero debemos entender que el mismo también es por el amor la gracia de Dios (cfr. Apocalipsis 3:19; Proverbios 3:11-12).

Dios cubrió al hombre. En el verso 21 de Génesis 3, dice, “Y Jehová Dios hizo al hombre y a su mujer túnicas de pieles, y los vistió”.  En esta sencilla descripción, hay una realidad sumamente profunda para nosotros. Sin la muerte y la sangre de un inocente, era imposible que su pecado fuese perdonado, fuese cubierto. Son dos cosas necesarias para que el hombre pueda acerca a Dios nuevamente: La muerte y la sangre de un inocente. Sin la muerte no hay sangre, y sin la sangre no hay expiación (Levítico 17:11). Sin sangre no hay remisión de pecados (Hebreos 9:22).

Hoy en día la muerte y la sangre de Cristo, las dos cosas, fueron necesarias para nuestra salvación (Romanos 5:9-10). La justificación viene por su sangre (v. 9) y la reconciliación por su muerte (v. 10). No es solo la muerte, ni solo la sangre. Son las dos. Hay que tener las dos. Para cubrir la vergüenza de Adán y Eva, fue necesario derramar sangre, fue necesaria la muerte de un inocente.

Lamentable es que algunas Biblias hablan del perdón de pecados, ¡pero sin sangre! Colosenses 2:14, dice, “en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados”.  No obstante, la Biblia Dios Habla Hoy, dice, “por quien tenemos la liberación y el perdón de los pecados”. ¿Lo ve? ¡Sin sangre! La Nueva Versión Internacional, dice, “en quien tenemos redención, el perdón de pecados”. Otra vez, ¡sin sangre! La Biblia de las Américas, también dice, “en quien tenemos redención: el perdón de los pecados”. ¡Tampoco hay sangre! No deje que nadie le quite la sangre de las buenas nuevas. Muchos dicen que “la sangre” es una simple metáfora que hace referencia a la muerte de Cristo. Yo no comparto ese evangelio. Sí, Cristo murió en la cruz (Romanos 5:10), pero también derramó su sangre en la cruz (Juan 19:34; Hechos 20:28). Como Sumo Sacerdote, ofreció su propia sangre en el Santuario Celestial (Hebreos 9:12; Hebreos 9:24). ¿Qué era lo que rociaba el Sumo Sacerdote en el Antiguo Testamento? ¡Sangre! (Levítico 16:11-14; Levítico 16:15). Pablo declaró, “Pero ahora en Cristo Jesús, vosotros, que en otro tiempo estabais lejos, habéis sido acercados por la sangre de Cristo”.  ¿Creerá usted esta obra de gracia?

Dios guardó al hombre. En Génesis 3:22-24, dice, “Y dijo Jehová Dios: He aquí el hombre es como uno de nosotros, sabiendo el bien y el mal; ahora, pues, que no alargue su mano, y tome también del árbol de la vida, y coma, y viva para siempre. Y lo sacó Jehová del huerto del Edén, para que labrase la tierra de que fue tomado. Echó, pues, fuera al hombre, y puso al oriente del huerto de Edén querubines, y una espada encendida que se revolvía por todos lados, para guardar el camino del árbol de la vida”.  Me llama la atención que Dios haya puesto “querubines”, con el fin de “guardar el camino del árbol de la vida”.  ¿Por qué? Bueno, piense usted en las implicaciones de tener el hombre el acceso al árbol de la vida. Al comer de dicho árbol, el hombre entonces sería inmortal; “y viva para siempre” dice el final del verso 22.  Esta vida no solamente extendería de manera indefinida la vida física del hombre, sino también su condición caída. ¡Qué horrible infierno hubiera sido para el hombre vivir eternamente en este mundo con una condición caída! Eternamente en conflicto con Dios. Por eso, la orden de Dios de sacar al hombre del huerto, y evitar que coma de dicho árbol, es también una obra de gracia.

Su gracia también se hace evidente, entonces, cuando Dios nos guarda de algo. Dios sabe lo que es mejor para nosotros. Por lo tanto, Dios determina que algunas cosas deben estar lejos de nuestro alcance. Así como nosotros limitamos a nuestros hijos de una variedad de cosas que creemos no serán buenas para ellos, así Dios hace lo mismo con nosotros, y con los mismos motivos por los que lo hacemos nosotros con nuestros hijos. La gracia nos protege. Tal vez Adán pensó que era lo peor que le pudo Dios haber quitado, pero el tiempo daría la razón para la solución posible y necesaria para tan terrible problema. Y, sobre todo, si tomamos en cuenta la mejor opción que Dios estableció también en su gracia, el cielo (cfr. Juan 14:2). Entonces sin duda alguna que fue una buena y efectiva decisión (2 Corintios 12:9).

CONCLUSIÓN.

Gracias a Dios por su bondad y su plan de salvación, así como el destino que nos ha ofrecido a quienes nos beneficiamos de su bondad. Gracias por su misericordia, que nos ha dado la esperanza de estar en el paraíso, pero en el paraíso de Dios. Debemos alabarle por su gracia y descansar en ella con plena certidumbre de fe. ¡Su gracia verdaderamente es asombrosa!

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