Aquí es donde bien podemos decir,
que por primera vez se anuncia el evangelio en toda la Biblia. Sí, aquí, en medio de
la tragedia más grande del hombre, está también la revelación de la mayor
esperanza del hombre. Porque es en este relato de pecado, juicio y muerte
que encontramos por primera vez el mensaje del salvador y la Persona del
Cordero de Dios.
Consideremos el
contexto. Dios ha hecho al hombre a su imagen. Él
creó al hombre en perfecta inocencia y lo colocó en un ambiente
perfecto. A Adán se le ha dado dominio sobre toda la creación
del Señor y se le ha presentado un compañero perfecto, una mujer llamada
Eva. Viven una existencia idílica, libre de dolor, enfermedad,
muerte y tristeza. Se satisfacen todas las necesidades que
tienen y disfrutan de una comunión ininterrumpida y sin trabas con Dios mismo
(Génesis 2:8-9). La única restricción que tienen se refiere al fruto de un
árbol que se encuentra en el Jardín del Edén. Este árbol se llama, “el
árbol de la ciencia del bien y del mal” (Génesis 2:9). Se
advierte a Adán que se mantenga alejado de este árbol, porque comer su fruto,
resultará en traer a la muerte a este mundo (Génesis 2:15-17; Romanos 5:12).
Bueno, durante un período
indefinido de tiempo las cosas van bien en el Jardín, hasta que un día, cuando
Eva se encuentra con aquella serpiente antigua, entonces la historia sufre un
cambio radical y terrible. Esta serpiente le dice que Dios les ha mentido, que
no morirán. Le dice que, la razón por la cual se les ha prohibido comer del
árbol, es porque, cuando lo hagan, serán como Dios. Eva observa al fruto, y
considera todas y cada una de sus características y beneficios; y entonces
sucumbe a la tentación. Adán también cree a la misma mentira, y come así como
ella.
Y así, ¡en un instante todo
cambia! Ya no son inocentes y puros, sino que se han convertido en pecadores. Se
han convertido en seres caídos. Inmediatamente se dan cuenta que todo ha
cambiado. Se avergüenzan por su condición desnuda y tratan de cubrirse con
hojas de higuera (v. 7). En medio de esta tragedia, Dios entra en el Jardín
para tener comunión con ellos. Él los llama porque se han escondido (v. 8). Dios
sabe lo que han hecho y extrae una confesión de Adán (v. 10-12). Entonces
comienza el juego de la culpa. Adán culpa a Eva y a Dios, mientras que Eva
culpa a la serpiente (v. 12-13). Dios pronuncia juicio de inmediato sobre Adán,
Eva y la serpiente; y Dios los echa del Jardín del Edén.
Sin embargo, justo en medio de
esta tragedia hay un destello de esperanza. El versículo 15 brilla en esta oscuridad como
un gran faro, que ilumina la asombrosa gracia de Dios. Este
versículo ha sido llamado el “Protoevangelium”. Esa es una
palabra latina que significa “Primer Evangelio”. Aquí, en
forma de semilla, está el Evangelio de la salvación a través de la gracia de
Dios. Aquí, por primera vez, vemos un vistazo del Cordero de Dios, que más
tarde se entregará a sí mismo. Aquí, tenemos las primeras pinceladas que
anuncian el calvario, que dibujan la cruz para redimir al mundo perdido y
muerto en el pecado. Aquí podemos ver el primer punto en el hijo escarlata de
la redención que se abre camino a través de toda la Palabra de Dios. Este
precioso versículo nos da la primera promesa en las Escrituras con respecto al
cordero venidero. Este pasaje revela
verdades preciosas con respecto al cordero prometido. Le pido por favor me
acompañe en todo este mensaje, donde estaremos meditando en el cordero prometido.
EL CORDERO PROMETIDO ES ÚNICO.
Este cordero es único en su
origen. Haciendo referencia a la mujer, en el versículo 15, se habla de “tu
simiente”, indicando que este cordero será de la semilla de la mujer.
Esta es una declaración interesante porque, según el diseño de Dios, la
“semilla” es proporcionada por los miembros masculinos de cada especie. Pero
aquí, se nos dice que la mujer producirá una descendencia sin la intervención
de un hombre. Este versículo nos da el primer núcleo de una gran verdad que se
revelará más completamente en el resto de la Biblia. Este verso es la primera
profecía del nacimiento virginal del Señor Jesucristo.
Yo no sé si Adán y Eva, así como
el diablo mismo entendieron estas palabras, pero Dios fue bien específico en
que enviaría a su cordero al mundo a través de una mujer sin la participación
de un hombre. Hoy sabemos que así fue
exactamente como Jesús fue concebido. El profeta Isaías hizo eco de dicha
promesa diciendo, “He aquí que la virgen concebirá, y dará a luz un hijo, y llamará su
nombre Emanuel.” (Isaías 7:14). Fue exactamente eso lo que anunció el
ángel Gabriel, tanto a la sorprendida virgen María (Lucas 1:26-35), como al
mismo José, justo cuando pensaba dejar secretamente a su virgen esposa, por
estar ella esperando un hijo que no era suyo (Mateo 1:18-25).
¿Porque es esto tan importante? La
Biblia enseña claramente que el pecado y sus consecuencias mortales, fueron
consecuencia de lo que hizo “un hombre” (Romanos 5:12). Por
tanto, ningún hombre es candidato para ser el salvador de otros, pues “No
hay justo, ni aun uno; 11No hay quien entienda, no hay quien busque
a Dios. 12Todos se desviaron, a una se hicieron inútiles; no hay
quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno. 13Sepulcro abierto es
su garganta; con su lengua engañan. Veneno de áspides hay debajo de sus labios;
14su boca está llena de maldición y de amargura. 15Sus
pies se apresuran para derramar sangre; 16quebranto y desventura hay
en sus caminos; 17y no conocieron camino de paz. 18No hay
temor de Dios delante de sus ojos” (Romanos 3:10-23). Un hombre no
puede ser el salvador, necesitando él mismo ser salvado. ¿Quién entre los
hombres es libre de culpa? Pablo dice que “todos pecaron, y están destituidos de la
gloria de Dios” (Romanos 3:23).
Todos los que somos descendientes de aquel primer hombre, hemos heredado
su misma naturaleza mortal. Por lo que todos y cada uno nos pudriremos al morir
(Juan 11:39). No obstante, se anuncia la venida de un hombre que no nace bajo
los términos convencionales y naturales que existen entre un hombre y una
mujer. Por eso, la concepción de este salvador prometido es muy diferente a
todos los nacimientos del mundo.
El cordero prometido vendría a
este mundo, “nacido de mujer” (Gálatas 4:4), pero siendo “concebido
del Espíritu Santo” (Mateo 1:18). Él sería más que “carne” (Juan 3:6), sería
“el
Hijo de Dios” (Juan 11:27). Fue así que él es el único calificado y
aprobado para ser ofrecido como propiciación por nuestros pecados (Éxodo 12:5;
Levítico 22:20; 1 Pedro 1:19; 1 Juan 2:2; 1 Juan 4:10). Esto hizo que el
nacimiento de Jesús sea particularmente único. No fue un bebé común, sino que
fue Dios en la carne (Juan 1:1, 14; Filipenses 2:8-11).
Este cordero es único en su obra.
Este cordero venía al mundo para luchar contra las fuerzas del mal. Se nos
dice que venía a “herir” la cabeza de la serpiente. Esto se refiere a una
lesión fatal. Este cordero venía a este mundo, no para mostrar a los
hombres una mejor manera de vivir. No venía a mejorar su entorno. No
venía a mejorar su posición social. Venía a derrotar al mal. Esa fue
su única misión (Juan 18:37; Hebreos 7:14). Este cordero prometido venía a
liberar a la humanidad del pecado en el que acababa de caer. Muchos
hombres y mujeres lucharían contra el mal a lo largo de los años, pero
solamente este cordero prometido le daría un golpe mortal. Él venía a
hacer para los hombres lo que nunca podrían hacer por sí
mismos. Él venía para asegurar su libertad y salvación del
pecado.
EL CORDERO PROMETIDO
Y SU PROPÓSITO.
Él vendría como guerrero.
La palabra “enemistad” no implica concordia o paz. Por
supuesto, nos recuerda el cuidado y alejamiento natural que los humanos tienen
por las serpientes, pero aquí hay mucho más que eso. La enemistad o el
odio referido aquí es mucho más profundo que el de un hombre que odia a una
serpiente. Se refiere al odio que Satanás posee hacia el Señor y todo lo
que el Señor representa. Se refiere al odio que residía dentro del corazón
del diablo que lo hizo atacar a Adán y Eva en el Jardín y los tentó a
pecar. Es un odio que no desea nada menos que el derrocamiento del Señor y
su reino. Es un odio que exige la muerte de Dios y la instalación de
Satanás como soberano. Esa es la batalla que se estaba librando en Edén. Tenía
menos que ver con la humanidad que con el deseo de Satanás de hacer la guerra al
Dios Todopoderoso.
Se nos dice que el que viene,
viene a este mundo como un guerrero. Él venía como uno que se involucraría en
la guerra con un enemigo determinado. Él tomaría la lucha que Adán había
perdido en el Jardín del Edén. ¡Él vendría a luchar contra
Satanás!
Por supuesto, Jesús hizo
precisamente eso. Desde el momento en que se dio esta profecía en Génesis
3:15 hasta el momento en que Jesucristo murió en la cruz y resucitó de
entre los muertos, Satanás hizo todo lo que estuvo a su alcance para evitar
que “la simiente de la mujer” naciera. Trabajó a través de Caín
para matar a Abel (Génesis 4; 1 Juan 3:12). Él buscó corromper
la línea de sangre humana a través de matrimonios malvados (Génesis 6). Trató
de matar a la gente de Israel en Egipto (Éxodo 1-2). Trató de
provocar su destrucción llevándolos a una grave idolatría durante los años del
reino de Israel, ¡pero no pudo!
Luego, cuando Jesús nació,
Satanás trató de destruirlo cuando era un bebé (Mateo 2; Apocalipsis 12). Lo tentó
para que sucumbiera ante al pecado (Mateo 4). Intentó que Jesús reclamara la
corona sin ir a la cruz (Juan 6). Trató de matar al Salvador en el Jardín de Getsemaní
para evitar su llegada a la cruz (Lucas 22), porque, llegando a la cruz, ¡la
derrota sería una realidad para él! (Hebreos 2:14). Jesús, el bendito Cordero
de Dios, vino a este mundo como un poderoso guerrero para ganar la lucha contra
las fuerzas del mal y de la serpiente.
Él vendría como un ganador.
Dios dijo a la serpiente, “tú le herirás en el calcañar”,
haciendo referencia a la herida que hará el maligno a la simiente de la mujer.
Pero, también se dice que la simiente de la mujer ¡le herirá en la cabeza! Este
contraste entre “cabeza” y “calcañar”, hace hincapié en que la herida que la
serpiente hace a la simiente de la mujer no es fatal. Es interesante que la palabra “herir” bien
puede ser entendida como “golpear”. ¿Qué efecto puede tener un golpe en el calcañar,
en comparación con un golpe en la cabeza? La serpiente podría golpear el talón del
Cordero, pero el Cordero aplastará la cabeza de la
serpiente.
Por supuesto, esto se cumplió en
la cruz. El Cordero de Dios soportó la muerte por los elegidos
de Dios, ¡pero la muerte no pudo retenerlo! Al tercer día, exactamente como se
había anunciado, se levantó de entre los muertos como el vencedor en la batalla
más grande jamás librada. Pero, con su muerte y resurrección,
Él infligió un golpe mortal a la serpiente que, finalmente, terminará con él
condenado a una eternidad en el eterno lago de fuego (Apocalipsis
20:10).
La batalla inició desde el
principio, y se extendió por toda la historia bíblica hasta el calvario. Fue
allí cuando el cordero de Dios quedó en pie como el único vencedor. Ahora,
todos los que le conocen disfrutarán de su victoria, gozando de las más ricas
bendiciones espirituales. Cuando se levantó de entre los muertos, “primicias
de los que durmieron es hecho” (1 Corintios 15:20); y como tal, él
promete vida eterna a todos los que le obedecen (Hebreos 5:9), y victoria aún
sobre la muerte misma (Juan 5:24; Juan 11:25-26). Como cristianos, no solo estamos
en el lado ganador, ¡estamos con el que ya ha ganado!
EL CORDERO PROMETIDO – UN RETRATO DE SU PERSONA.
Dice Génesis 3:25, “Y
Jehová Dios hizo al hombre y a su mujer túnicas de pieles, y los vistió”.
Mis hermanos, después de que Dios pronuncia juicio sobre los culpables, Él hace
algo muy notable. Hace algo que nos debe llamar mucho la atención. Dios mismo lleva
a cabo un sacrificio y usa su piel para hacer prendas para Adán y Eva. En esta escena tan gráfica de la muerte, hay
un maravilloso retrato del sacrificio del Cordero de Dios.
Es un retrato de sacrificio.
¿Alguna vez se ha imaginado el horror que debe haber llenado los corazones de Adán
y Eva cuando fueron testigos, por primera vez, de la muerte de un ser vivo?
Nunca antes habían visto sangre. Pero ahora, miran cómo Dios, con sus propias
manos, sacrifica un animal para cubrir su vergüenza, para cubrir su desnudez.
Fue en ese momento que vieron de primera mano el costo de su pecado. Para que la vergüenza del hombre pueda ser
cubierta, es necesario un sacrificio.
Lo que vemos en este
versículo es un retrato claro de lo que el Cordero de Dios haría a favor
nuestro. Recuerda que Jesucristo es el Hijo de Dios. Recuerda que Él nunca había pecado (1 Pedro
2:22), y por tanto, no merecía morir. Recuerda
que vino a este mundo para ser herido en el talón, pero también para aplastar
la cabeza de la serpiente.
Ahora, no intente mirar hacia
otro lado del Calvario. Vea el Cordero de Dios clavado en una cruz. Mire a
sus atormentadores mientras escupen en su rostro. Mírelos mientras le arrancan
la barba de sus mejillas. Escuche mientras se burlan de él. Lo maldicen y
lo ridiculizan. Fíjese como es que, a pesar
de que vino a este mundo para salvarlos, ellos mismos lo entregan para que lo
crucifiquen. ¿Puede escuchar el sonido
del látigo mientras los golpes crueles y sin misericordia golpean una y otra
vez sobre su espalda? ¿Puede percibir la agonía cuando él está clavado en esa
cruz de madera, siendo levantado para ser puesto entre el cielo y la tierra
para morir? Mírelo mientras la sangre brota de las heridas en su cabeza, su
espalda, sus manos y sus pies. Mírelo mientras la sangre corre por la cruz, acumulándose
entre las imperfecciones del suelo.
Entienda que todo por lo que Él
pasó; cada franja en su espalda; cada agonía que sufrió; cada
desgracia que soportó; todo lo que sufrió durante su vida, su prueba y su
muerte fue por sus pecados. El profeta dice que “fue desfigurado de los hombres
su parecer” (Isaías 52:14), y lo hizo por usted. Él sangró por usted, y
Él murió por usted (Isaías 53:4-6).
Tenga en cuenta que el Calvario
es la tribuna desde donde Dios publica su evangelio. Es el lugar desde donde
Dios grita su amor por el hombre caído (Romanos 5:8). Vea esa escena una y otra
vez y considere cuál es el costo de su pecado. Vea la cruz y tome en cuenta el
amor ilimitado que Dios ha mostrado por nosotros como pecadores. Vea al
salvador sufriente, ¡y viva por ello!
Es un retrato de suficiencia.
Después de que Adán y Eva pecaron y estuvieron consciente de su desnudez,
intentaron cubrirse haciendo delantales de hojas de higuera. Pero, sus
esfuerzos fueron insuficientes, tanto que aún se sentían desnudos. Por eso Dios
sacrificó un animal inocente para proporcionar una cubierta para sus
cuerpos. Dios quiso mostrarles, y a nosotros también, que las obras de la carne
nunca pueden expiar o cubrir nuestros propios pecados. No hay nada que el
hombre pecados pueda hacer para lograr la expiación de su propio pecado. Y así
como ese día se hizo necesario el sacrificio de un inocente para cubrir su vergüenza,
así se hizo necesario que el Cordero de Dios hoy en día fuese sacrificado para
expiar nuestro pecado. Recuerde que “sin derramamiento de sangre no se hace
remisión” (Hebreos 9:22), pero dado que el sacrificio del hombre no es
eficaz contra el pecado, entonces la sangre del Cordero inocente es la única
que puede lograr nuestra redención (cfr. Hebreos 9:22, 14).
Esta es una imagen clara de la
incapacidad del hombre para hacerse presentable a Dios a través de sus propios
esfuerzos. Como bien dijo el profeta, “todos nosotros somos como suciedad, y todas
nuestras justicias como trapo de inmundicia; y caímos todos nosotros como la
hoja, y nuestras maldades nos llevaron como viento”. (Isaías 64:6). No
obstante, a través de la historia el hombre siempre ha tratado de “cocer vestiduras”
para justificarse a sí mismo. No obstante, los esfuerzos del hombre nunca podrán
lograr cubrir sus pecados, porque la vista del Dios todopoderoso es tan
penetrante como su propia palabra, la cual, “penetra hasta partir el alma y
el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las
intenciones del corazón” (Hebreos 4:12). Con las “hojas” podrá cubrir
solamente aquello que ven los ojos humanos, pero no podrá cubrir aquello que está
a la vista de Dios: “porque Jehová no mira lo que mira el hombre; pues el hombre mira lo
que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón” (1 Samuel
16:7). Con las “hojas”, es evidente que “Todos
los caminos del hombre son limpios en su propia opinión; pero Jehová pesa los
espíritus” (Proverbios 16:2; Jeremías 17:10). Por tanto, el hombre
necesita una cubierta que pueda cubrir todo aquello que ha sido manchado por
el pecado. Cuando Jesús, el Cordero de Dios, vino a este mundo y murió en la
cruz, proporcionó una cobertura suficiente para el pecado del hombre. Cuando una persona obedece el evangelio y
nace de nuevo, recibe vestiduras blancas para cubrir su vergüenza (Apocalipsis
3:19); y así, “ser hallado en él, no teniendo mi propia justicia… sino la que es por
la fe de Cristo, la justicia que es de Dios por la fe” (Filipenses 3:9).
Así que, usted puede cocer todas las hojas que quiera, sea una falsa religión,
sean buenas obras, sea su vida moral, pero nada de eso puede cubrir su vergüenza,
su pecado. Solamente el Cordero de Dios es suficiente. Él es “el
Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Juan 1:29).
CONCLUSIÓN.
Fue un día lamentable cuando Adán
y Eva pecaron en el Jardín del Edén. Nuestro mundo sería muy diferente de nunca
haber acontecido dicha tragedia. Sin embargo, debemos estar agradecidos con
Dios por ser misericordioso ante nuestra necesidad de salvación. Él envió a su
Hijo al mundo para ser ofrecido como propiciación por nuestros pecados. ¿Está
usted viviendo conforme a ese sacrificio? ¿Se ha beneficiado usted de él, o
sigue confiando en las “hojas”?
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